24.2.09

La canción de María

-¡Que a gusto se está en el río!, pensó María, mirando sus pies desnudos dentro del agua.
El agua clara y fresca al correr entre los dedos de sus pies le producía unas cosquillitas que le llegaban hasta el lugar de la barriguita donde se esconde la risa. Y cuando las cosquillas llegan a este lugar, la risa ya no se puede aguantar y entonces sale a borbotones de forma que no se puede parar. Así que María se rió, mucho y muy fuerte, aprovechando que allí en el río nadie la mandaría callar como pasaba en la escuela, allí todo se tiene que hacer muy despacito y en silencio, y claro, reír despacio y en silencio le parecía muy difícil y aburrido.
Por estas y otras cosas a María, no le gustaba demasiado ir a la escuela, prefería irse al río, allí tenía a sus amigos los pájaros, las ranas y las ardillas que no se enfadaban con ella aun que riera, bailara y cantara muy alto, por eso algunos días cuando las demás niñas entraban en clase ella se quedaba rezagada, se escondía detrás de cualquier esquina hasta que la maestra cerraba la puerta, entonces ella echaba a correr por el sendero que había detrás de la escuela, corría entre los arbustos que la ocultaban de ser vista desde las ventanas de las casas del pueblo, llegaba hasta el río, allí se sentía libre y la esperaban sus amigos con los cuales se sentía muy feliz.
Por eso aquel día que como otros muchos, había sentido la llamada del río de una forma especial que no pudo resistir, se escabulló de la escuela y allí estaba tan a gusto, se quitó las sandalias, las tiró entre los juncos y se metió en el río.
Las risas de María alborotaron a todos los pájaros, que se encontraban plácidamente en sus nidos, empezaron a desperezarse y saludarla, ¡hola¡ ¡hola! le gritaban desde todas partes.
El ruiseñor que es el mejor amigo de María, a pesar de que la quiere mucho a veces la regaña, pero lo hace de una forma muy distinta a como lo hace la maestra, lo hace de una forma que no la molesta ni la asusta .
- ¡Oye María, tu deberías estar en la escuela! -le dice intentando mostrarse serio - ¡No me digas que hoy tampoco piensas ir! -. María baja la cabeza muy ocupada mirando el agua que corre entre los dedos de sus pies.
-¡María!, ¡eh!, ¡te estoy hablando!
-Hoy no voy a la escuela- responde María muy seria – porque lo que hoy dan ya me lo sé y además, quiero que me enseñes a cantar tu canción.
-¿Qué canción?-contesta el ruiseñor un poco enojado.
-La que cantas siempre, la más bonita, la misma que canta el aire cuando pasa entre las ramas de los sauces, la que canta el río cuando salta entre los riscos y las cañas, esa es la que quiero que me enseñes, y así poder cantar contigo cuando tu la cantes.
-Pero Maria -se queja el ruiseñor- debes ir a la escuela, no puedes faltar.
- Mañana voy, pero hoy, ¡por favor!. Quiero que me enseñes a cantar.
El ruiseñor como la quiere mucho, nada le puede negar. Sale de entre el ramaje, se posa en una rama muy cerca de ella y sus trinos empiezan a sonar.
María es muy lista y aprende deprisa y pronto su voz con la del ruiseñor suenan a la par, la voz de María se integra al sonido del agua, del aire, sin interrumpir ni desafinar. En la sinfonía de aquella mañana de primavera su voz es un acorde más
- Se hace tarde, María. Debes volver a casa. Si llegas tarde sabrán que no fuiste a la escuela- le dice un topo que sale de entre las cañas-
Maria corre por el sendero. Corre y canta. Cuando llega a su casa su hermano ya llegó antes.
- ¡¡Madre!!, María hoy no fue a la escuela, me lo dijo la maestra-dice el muchacho-Seguro que se fue al río como una zángana.
- ¿Es cierto lo que dice tu hermano?–replica la madre-¿porqué haces esas cosas hija?, las niñas deben ir a la escuela. Allí aprendes cosas buenas, en el río, al contrario, nada aprendes.
- Si madre, aprendo a cantar, escucha. Entonces María empieza a cantar la bonita canción que le a enseñado su amigo el ruiseñor, pero su madre está enfadada y su padre tampoco pone buena cara, la canción a pesar de su esfuerzo no suena como en el río, ella procura entonar, pero el rostro serio de su padre hace que su voz se quiebre y no logra que su canción suene melodiosa y dulce como en el río la hizo sonar.
Al día siguiente en la escuela, después de una buena regañina, la maestra está seria y ceñuda con ella. Y es que claro, ella no quiere saber nada de canciones, ni de ruiseñores. La niña quiso explicarle, pero ella no entiende, ella sólo entiende de números, de ortografía y de reglas.
- ¡Pobrecilla!- piensa María - me da pena, me la llevaría al río y seguro que entonces se daría cuenta de porqué algunas mañanas de primavera es mejor irse al río que quedarse encerrada en la escuela, si quisiera venir conmigo, seguro que luego estaría mucho mas risueña.
Cuando termina la escuela, como el día es mas largo, todavía queda luz para estar en la calle, y mientras las demás niñas juegan en la plaza, María corre al río y busca a su amigo:
- ¡Ruiseñor!¡ruiseñor!. Amigo, debo aprender mejor la canción, porqué cuando llego a casa no suena igual que aquí contigo.
Su amigo se posa en su hombro y empieza a sonar la melodía. Ya cae la tarde, el sol está bajo, la luz es ya parda, las aguas del río bajan tranquilas y mansas, la brisa es suave, todo está en calma.
El ruiseñor a cambiado un poco las notas de la canción, para que suene en acorde con el caer de la tarde. Ruiseñor y María, cantan, cantan y cantan con tesón. Ya oscurece y la niña corre por el sendero, pero no puede evitar llegar tarde a casa.
- ¡Que haremos con esta niña¡- dice la madre.
María calla, recuerda la melodía y, ¡desearía cantarla!, pero el ceño fruncido de su madre le dice que no sonaría bien aunque lo intentara, baja la cabeza y engulle la cena sin decir palabra.
Algún que otro novillo.Tardes de sábado, María va al río a cantar y junto con su amigo canta, canta y canta
Ya paso algún tiempo, ahora María ya se atreve a cantar en casa, su madre ya no frunce el ceño y su padre al escucharla pone buena cara y dice:
- ¡Pues no esta mal lo que esta niña canta!. Si la mandáramos que aprendiera tal vez….
Pasaron los años, la niña creció y siguió cantando. Ahora ya no va a cantar al río, ahora canta en grandes teatros, donde la gente paga mucho dinero por el privilegio de poder escucharla.
- ¡Que bien canta! Exclama la gente cuando embelesados van a escucharla. Su voz es como el murmullo de la fuente clara, suave como la brisa de la mañana, tal parece que hubiese sido un ruiseñor el que la enseñara.
María los escucha, se sonríe y calla.

1 comentari:

CKs ha dit...

"Te llamabas simplemente Maria"...el tango inmortalizó el nombre que tú me querida Rosa lo vistes de inocencia. Inocencia de niñez que sorprendida acapara todo lo que ve absorbiéndolo entre ternuras de sorpesa.Sigué querida amiga regalándonos sueños de tanta infancia pérdida. ¡¡Admirable!!
Mónica