28.3.09

El último de los Lacetanos




En la capital de los Lacetanos(Cogulló, Sallent) sobre el 215 a. C.

Las manos acariciaban la hoja con delicadeza mientras sus ojos estaban fijos en un punto del firmamento, no observaba al enemigo aunque estaba de guardia en lo alto de la muralla. Sabía con la certeza de un oráculo que los romanos no atacarían hasta el amanecer, ya que las hogueras de sus posiciones más avanzadas ardían con una fuerza que lo presagiaba, ellas mismas por si solas hubieran ocultado cualquier ataque sorpresa. Una voz femenina le habló desde sus espaldas.

- Jamás hubiese creído que viviría para ver al gran Rubrio. Jefe de los Brianes. Descuidando la guardia en la proximidad del ataque de las águilas.
- He reconocido tus andares Tessia, veo que tu tampoco puedes dormir.
- Sólo tú, de entre todos los Lacetanos me llamas así. Sabes que con mi iniciación pasé a ser Querkessia, la guardiana de las piedras sagradas.
- Sí, sí, ya sé -contestó el guerrero- nuera de la gran madre, unida en hierogamia al Toro sagrado y todos esos títulos.
- Ni la presencia de la muerte van a mejorar tus modales. Es igual -dijo la sacerdotisa- dentro de poco todos estaremos en el gran juicio. Pero dime, que miras tan ensimismado.

El hombre, con la falcata apoyada en sus piernas entrecruzadas en el suelo y sin dejar de mirar al cielo, alzó la mano derecha hasta extenderla en toda su envergadura, dejando al descubierto un brazo extremadamente musculoso y lleno de viejas cicatrices, y desplegando el dedo índice de su puño cerrado, señaló una estrella más antigua que el mundo. La vista de la mujer siguió el dedo y descubrió lo que enseñaba.

- Comprendo, estás rezando a nuestro padre, la estrella perro.
- No exactamente -contestó el Ibero bajando el brazo y mirándola por primera vez- me preguntaba que cuando los romanos nos hayan exterminado, ¿quién les rezará?.
- Vaya Rubrio, me sorprendes. No pensé jamás que alguien como tú pudiera ser tan profundo, esta va a ser con diferencia la respuesta más difícil de mi vida.
- ¿Y bien?, cual es el veredicto.

Ella aguantaba la mirada del vigía que la contemplaba en todo su esplendor. Sus cuarenta años no la mostraban como una mujer cansada y lastimosa como era de esperar. Su devoción la exculpó de cualquier trabajo físico y en consecuencia su cuerpo era esbelto y agradable. A través de su túnica granate cogida por una fíbula se semimostraban sus pechos turgentes. Sabía que él la observaba con atención y cuidado para no perderse detalles, incluidos los gestos. Le sonrió y le contestó.

- Tu lo has dicho, veredicto es la palabra. Cuando los pueblos mueren, también lo hacen sus dioses, así que me temo que seremos los últimos en compadecer ante su juicio.
- Así pues, cuando muera, y mi espíritu y mi alma y mi cuerpo sigan caminos distintos, ¿no se reunirá mi alma con padre perro y madre tierra?.
- Los dioses no mueren y desaparecen. Más bien copulan con los dioses recién llegados, para así engendrar una nueva progenie y traspasar de esta manera su chispa divina a las nuevas generaciones.
- ¿Cómo, cómo?,¿Lo puedes explicar de manera más sencilla?
- Sí, los dioses son como putas que se arriman al falo más generoso para sobrevivir, y hasta en dejarse dar por el culo consienten con tal de lograrlo.
- Entonces –dijo el soldado riendo- los dioses necesitaran mucha grasa para el ano, si es cierto lo que dicen los romanos del tamaño del pene de su Júpiter.

Las risas de ambos subieron de tono hasta convertirse en carcajadas, y a los dos les llegó a saltar las lágrimas. El resto de centinelas los miraron intranquilos, pero después, como si de un bostezo en una noche de vela se tratara, se corrió la risa por la muralla y al cabo de un instante, todos los defensores se revolcaban de risa sin saber bien de que, pero descargando toda la tensión acumulada durante los días de asedio. Poco a poco fueron recobrando el aliento. Rubrio se levantó del suelo y se acercó a la sacerdotisa, soltó la espada curva que lo denotaba como líder y con la maestría que da los años abrió la fíbula y apartó la túnica, está se deslizó por la espalda de ella mientras el hombre y la mujer se fundían en uno. Hicieron el amor con la pasión de dos adolescentes, pero al mismo tiempo con la serenidad que proporciona la experiencia. Al amanecer se produjo el ataque de las legiones romanas.

Al término de la batalla el propio Marco Porcio Catón escribiría una misiva al Cesar, he aquí un parágrafo rescatado:

Poco antes de producirse el ataque, los defensores asediados durante días se rieron de las tropas que iban a ser su segura destrucción. Ello provocó en los legionarios el miedo más atroz que jamás recuerdo en un ataque, incluso los que se saben vencidos no sienten tal pánico. El resultado fue atroz. Los Lacetanos diezmaron nuestro ejército aunque la proporción era de 100 a 1, no sé si conquistaremos Ibéria, lo que sí sé, es que se tardarán centurias.

Juan Manuel